Sunday, April 01, 2007

8. LUCIANA CASTELLINA

Como periodista que soy, aquella situación la viví en una revista un poco particular: el semanario de la Federación de la Juventud Comunista (FGCI), “Nuova generazione”. Entonces publicamos los reportajes de las primeras manifestaciones estudiantiles y obreras en Polonia que criticaban el régimen. Algunos ejemplares de ese número fueron destrozados por ciertas organizaciones de la FGCI (en Rovigo y otros lugares) porque nos habíamos hecho eco de las protestas. Lo recuerdo para señalar que entonces teníamos aquella “atmósfera”: no se toleraba una denuncia de este u otro aspecto de las sociedades socialistas. La situación del “Manifesto”, mucho después, era clara: fuimos expulsados del PCI porque habíamos exigido, sin éxito, que se abriese el camino de un análisis serio del socialismo llamado real.

Di Vittorio fue un gran personaje, y también esta situación indica su orientación más general sobre la relación del partido con el sindicato, con los movimientos y el resto de la sociedad: en eso Trentin tiene razón al ponerlo de manifiesto. Es justo, pues, recordar esta cuestión a propósito del Mercado Común, respecto al cual Di Vittorio reafirmó la autonomía del sindicato.

En esta ocasión –las revueltas polacas primero y posteriormente las húngaras-- Di Vittorio muestra un rasgo propio, específico: la sensibilidad, el olfato de clase (“allí son los obreros los que protestan”), antes que la inteligencia política. Este rasgo lo conservó durante toda su vida. La CGIL que construyó conserva, afortunadamente, este elemento en su ADN.

Creo que, no obstante, existen demasiadas especulaciones recientes en torno a los acontecimientos húngaros e, incluso, algunas simplificaciones. Quiero, por ello, recordar brevemente los hechos porque se corre el riesgo de oscurecerlos. Los hechos húngaros fueron precedidos por los polacos, por la revuelta de Poznan. Y ya en aquella ocasión Di Vittorio asume una posición muy crítica en sus choques con las autoridades polacas diciendo, entre otras cosas, que era necesario calcular los límites de los sacrificios que podían exigirse a los trabajadores, comprender si son soportables.

Más tarde vinieron los hechos de Hungría, articulados como sabemos en dos fases. Después de la primera se encuentra la declaración de la CGIL que condena el régimen y a continuación se celebra la reunión de la dirección del Partido comunista italiano el 30 de Octubre.

Allí se critica a Di Vittorio de una manera inaceptable: leyendo las actas se puede ver que Luigi Longo lo hace de un modo diferente. También en esto tiene razón Trentin cuando dice que sería conveniente hacer un seminario sobre Longo, un personaje que tal vez ha sido infravalorado incluso en la memoria del PCI.

No se puede decir que no existiera preocupación en el partido ante el dramatismo de lo que está sucediendo en Budapest; tanto es así que, tras finalizar la reunión de la Direzzione, se emite un comunicado hablando de la gravedad de los hechos hasta tal punto que se entienden las dudas y desorientaciones de muchos compañeros.

Di Vittorio no acepta la crítica a la posición de la CGIL. Pero creo que es justo decir que comparte, sin embargo, muchos de los juicios que ha expresado el partido durante los días posteriores sobre el rumbo que está tomando la revuelta. Él no lleva hasta el final su batalla dentro del partido, ni lo abandona. Yo no creo que Di Vittorio hiciera esto por disciplina de partida, cansancio u oportunismo. No era un hombre de esta naturaleza. Creo que estaba convencido, en los días posteriores, que entre la situación polaca y la húngara había diferencias, que no eran dos hechos iguales, no sólo porque en Polonia es el mismo Partido comunista quien acoge la solicitud de Poznan de una auto refundación profunda y los tribunales no condenan a los obreros que han participado en la revuelta. Y el reclamo de Gomulka que impone a la URSS la solución que sabemos, obligándola a reconocer una amplia autonomía de las instituciones polacas, completa el cuadro.

Muy diferente es la situación húngara, y por mil razones distintas, internas y externas, algunas de ellas las ha explicado Pepe y no insisto. En Hungría no existe sólo una revuelta obrera. Aquí, a diferencia de Polonia, se ponen en entredicho los muy precarios equilibrios internacionales que existen en ese momento, cuando la guerra fría podía convertirse incluso en guerra caliente. Y ya que todos nuestros recuerdos son siempre muy pasionales –y porque hemos estado implicados en todo aquello-- a veces es aconsejable recurrir a los historiadores americanos, más fríos y alejados. Es un libro de Fleming sobre la guerra fría (se trata del análisis más completo de la época) que narra qué ocurrió verdaderamente en Hungría y nos dice que no sólo hubo una revuelta. Cierto, hubo una importantísima revuelta obrera, pero hubieron otras cosas. La misma posición soviética es extremadamente contradictoria. No es como en Praga. Incertidumbre, incluso confusión. En 1953 es la URSS la que hace que Nagy sea el primer ministro, pero en el 56 lo retira (es claro que todo lo hacían ellos, los soviéticos) y coloca a Rákosi. En los mismos días de la revuelta hay un comunicado de Moscú que es aprobado por los pelos en el Politburó, gracias a Kruschef (con el resto en contra) y es una apertura al compromiso, al diálogo. Pero la posición no encuentra un interlocutor por parte de los insurgentes, al asumir Nagy de repente una línea extremista, declarando que Hungría debe salir del Pacto de Varsovia. ¿Os imagináis una huelga insurreccional en Italia con un primer ministro que dice: “Salimos de la OTAN”? Se armaría la de Dios es Cristo.

En Budapest se juega una partida muy importante, llena de implicaciones internacionales. La situación es tan peligrosa que China y Yugoslavia exigen a los soviéticos que intervengan. El mismo Nenni –éste es un testimonio de gran valor-- dice: “Estoy muy preocupado y espero que los soviéticos pongan orden”. “Cierto --aclara Nenni-- no con la intervención armada, sin disparar”.

El 30, día de la reunión de la dirección del Pci, se produce la intervención militar franco-británica de apoyo a Israel contra Egipto. El ataque a Suez es a las dos y medio de la madrugada. Recuerdo perfectamente aquello: todos pensábamos que estábamos a las puertas de otra guerra mundial. La intervención de Inglaterra, Israel y Francia es un ataque contra el primer país del tercer mundo que está a la búsqueda de su autonomía. Es en esa situación donde hay que situar lo que estamos comentando: la situación húngara. No sólo porque en aquel momento todavía era defendible el campo socialista: aparecía ante nosotros como el paladín del Tercer Mundo que se estaba liberando; era la garantía de los “no alineados”, una orientación recién nacida en Bandung. Y también estaba el XX Congreso y la liberalización que había traído Kruschef, el salto tecnolóogico, el Sputnik y demás... Quiero decir: a la URSS, al campo socialista todavía le era conferido un rol positivo, insustituible. Esta es la diferencia con la intervención en Praga, que sucede cuando –para decirlo con palabras de Berlinguer-- la Revolución de octubre ha perdido su efecto propulsivo y nos encontramos ante la glaciación de Breznef.

Por todas estas razones --y en primer lugar porque se ha puesto en discusión y en peligro el campo socialista-- es preciso entender hasta qué punto todo aquello debió preocupar a Di Vittorio. En su posición está el sacrosanto reconocimiento de la matriz obrera de la revuelta; y, paralelamente, su preocupación por el cuadro global en el que se desarrollan los acontecimientos de Budapest. Es por ello –y no por cansancio o chata disciplina-- que no procede hasta el final en la polémica. Defender el campo socialista tenía todavía un valor; Fassino lo ha dicho también. La gente no lo habría entendido, no sólo el partido, sino la gente en general si no lo hubiera defendido. Y añado: hubiéramos hecho mal si no hubiéramos sido conscientes.

Praga es otro contexto. El socialismo soviético se ha podrido: los protagonistas de la revuelta son el Partido comunista checoslovaco y Dubcêk: se trata de otra cosa. Por eso creo que en el 68, de modo diferente del 56, habría sido necesario no limitarse a condenar la intervención soviética como “un error”, como lo hizo el PCI. Sino abrir finalmente el capítulo del análisis, de la denuncia, de la separación. Se hizo diez años más tarde, cuando el PCI reconoció que la URSS no era reformable.

Pero, lo digo con gran amargura, el tiempo cuenta mucho. Creo que en el 68, en el momento de Praga –esto fue el núcleo de las cuestiones que pusimos como “Manifesto” y fuimos expulsados-- la denuncia del socialismo real habría caído en un momento de gran potencia de la izquierda en el mundo, cuando las relaciones de fuerza nos eran extremadamente favorables; ahí estuvieron las grandes victorias de los movimientos de liberación nacional, cuando en Italia –nunca como en aquellos años, 68 – 70-- el movimiento obrero había conquistado importantísimos derechos. Una crítica al modelo soviético habría tenido un significado muy diferente al de la crítica hecha en el momento de la derrota, del declive en los años ochenta, cuando la crítica asumió un valor diverso: fue entendida no como una crítica a la URSS sino al comunismo, a la izquierda, a la historia, al movimiento obrero, a tantas otras cosas sobre las que posterior se ha pasado por encima.

Di Vittorio es una figura compleja: en ello estaba su grandeza. Todo esto le era clarísimo. Tenía el coraje de la ruptura y la claridad de la complejidad de la situación. En este sentido verdaderamente si no era un balilla ni un capopopolo, bien podemos decir que fue un gran comunista. La amargura por su desaparición tan precoz y por todo lo que habría podido dar al partido y al movimiento obrero, es todavía importante.