Monday, April 23, 2007

4. BRUNO TRENTIN


No es la primera vez que me toca evocar la figura de Giuseppe Di Vittorio y su papel en 1956, un año que representa una encrucijada en la historia del movimiento obrero internacional. Pero hablar hoy, de manera no ritual ni meramente conmemorativa, significa para mí reabrir una reflexión crítica a campo abierto sobre la situación del Partido Comunista Italiano y la izquierda italiana en la posguerra.

En esta ocasión me limito sólo a señalar esta exigencia que vengo planteando desde hace mucho tiempo. Pues no creo irme por la tangente si me pregunto hasta qué punto la izquierda italiana haya metabolizado realmente la crisis de una vieja cultura política y de sus frutos más envenenados. Que son: su fatal subalternidad corporativa a las luchas sociales, la primacía del partido y la imposibilidad del sindicato para expresarse como sujeto político.

La pregunta está justificada si echamos un vistazo a los atormentados acontecimientos de los últimos quince años. Pienso en la sobrecarga de disputas abstractas que han estresado la discusión sobre la forma y el nombre del partido: del trabajo o socialista, reformista o democrático. Y en las dificultades que hemos encontrado para construir un nuevo sujeto unitario con la idea de contribuir a la definición de una formación federalista de las fuerzas progresistas en Italia y Europa.
Pienso en cómo hemos vivido lo que llamo la “fatiga del proyecto”, visto frecuentemente como una especie de “carga impropia” y pesada sobre una política identificada con la primacía de los partidos y el arte de gobernar.

A decir verdad, nadie niega la necesidad del proyecto. Son sus eventuales objetivos vinculantes lo que fastidia a los que conciben la “autonomía de la política” como la prerrogativa exclusiva de una clase dirigente que decide pragmáticamente sobre la base de los humores dominantes de la sociedad civil. Pienso, claro está, en el embarazo que persiste en las comparaciones con un pasado que no se quería remover ni cancelar. Sino revisitado y superado laicamente, al menos antes de dedicarse con frenesí a los cambios de nombre. Y antes de que se aflojaran los ligámenes con aquel mundo del trabajo subordinado que siempre fue la razón de ser fundamental de cualquier fuerza de izquierda. Un mundo en incesante y radical transformación, ciertamente, pero no en la dirección de explotar como lo hizo el comunismo soviético.

Esta es la razón que hoy me lleva a recordar a Di Vittorio. Porque con su concepción de la autonomía del sindicato –del sindicato como sujeto político-- supo indicar una perspectiva reformadora donde estaban unidas la propuesta y la iniciativa de masas con un nexo inseparable; un nexo capaz de examinar la validez y la coherencia de cada iniciativa política en un proceso democrático que evita las insidias del transformismo, del liderismo y del consenso pasivo con “los jefes”. La autocrítica que siguió a la derrota de la FIOM en la Fiat, en 1955, es un testimonio límpido. “”Aunque el patrón tenga el 99 por ciento de la culpa, existe un 1 por ciento que nos interpela, y sobre eso quiero trabajar”, dijo di Vittorio a la Ejecutiva de la Cgil. Y aquel 1 por ciento no era poca cosa. Se trataba de reapropiarse de los problemas de la condición obrera, incluso mediante nuevas formas de democracia y representación sindical.

Esta línea se impuso después de un áspero encontronazo con el conjunto del grupo dirigente de la CGIL y tuvo su más dura oposición en Lombardía, en algunas zonas del Mezzogiorno y en la FIOM nacional (la Federación sindical de los metalúrgicos) en cuya dirección entrarían después Agostino Novella y Vittorio Foa. Esta orientación se impuso a pesar de la hostilidad del ejecutivo del PCI que desconfiaba de un giro que no iba en consonancia con su posición oficial. La posición oficial del partido atribuía la derrota a la ofensiva patronal y a las debilidades de las estructuras políticas y sindicales de Turín.


1956

El desacuerdo entre Di Vittorio y Togliatti explota en toda su crudeza con los “hechos de Budapest” (como púdicamente todavía se les sigue llamando) del año 1956. Sobre aquello se han vertido ríos de tinta. Incluso yo mismo intente dar algún testimonio directo en un escrito que, junto a Adriano Guerra, se publicó hace ya algunos años[1].

Retorno sobre algunos pasajes. 1) La posición crítica que fijó la Cgil en torno a los “hechos de Poznan” cuando los trabajadores polacos en huelga sufrieron una brutal represión policial, en junio de 1956. Fue la espectacular primera prueba de la fractura entre poder y sociedad que se abrió en el “socialismo realmente existente”. El PCI y la izquierda europea callaron. La Federación sindical mundial (FSM) intentó aislar a la Cgil de los sindicatos paraestatales de los países del bloque soviético. Solamente el sindicato polaco agradeció a Di Vittorio y a la CGIL las razones de la defensa de la protesta obrera. 2) La firme condena (compartida por Di Vittorio y Fernando Santi) de la intervención armada por los soviéticos en la capital húngara: “”La Secretaría de la Cgil, ante la trágica situación de Hungría <....> reafirma, en estos luctuosos sucesos, la condena histórica y definitiva de los métodos antidemocráticos del gobierno y de la dirección política que se concretan en el divorcio entre los dirigentes y las masas populares””; este es el documento del 26 de Octubre de 1956.

El ataque a Di Vittorio, desde la dirección del partido, tuvo características de agresión facciosa, particularmente por parte de Giorgio Amendola, Gian Carlo Pajetta, Paolo Bufalini y Mario Alicata. Solamente Luigi Longo se distinguió por su voluntad de diálogo. De ahí que la figura de Longo deba ser profundamente reconsiderada contra muchas caricaturas que se le han hecho. Pienso en su análisis lúcida y respetuosa de la experiencia de la herencia togliattiana, no ignorando sus límites y contradicciones; en los primeros contactos con el Spd de Willy Brandt, a través de Giorgio Napolitano; en la apertura de un diálogo con las fuerzas de izquierda que combatían el estalinismo: Longo nos autorizó a Rosario Villari y a mí a participar en el Seminario Internacional de Venecia sobre la oposición en los países del Este, en 1977, que Armando Cossutta calificó como antisoviética.

Retomo el hilo del discurso: el ataque a la Cgil (que se desarrolló en todas las organizaciones del Pci) llegó a su punto culminante con una carta de Togliatti al Comité central del Partido soviético informándoles que en el Pci había “grupos” que sostenían la insurrección de Budapest. La carta añadía que tales grupos exigían la substitución de toda la dirección del Pci y con Di Vittorio como secretario general. Esta denuncia de carácter dilatorio (nadie había propuesto la candidatura de Di Vittorio, ni Di Vittorio lo habría avalado, cosa que sabía perfectamente Togliatti) se orientaba a deslegitimar al líder de la Cgil ante los soviéticos y, a través de ellos, en la FSM.

El 5 de Noviembre de 1956, Di Vittorio, en un discurso, orientado a rebajar el conflicto con Togliatti, mantiene la validez de la posición de la secretaría confederal sobre los hechos de Hungría. Y reafirma la naturaleza autónoma y unitaria de la Cgil –en unos momentos en que se perfilaba una ruptura de las relaciones entre comunistas y socialistas-- y mantiene su derecho a expresarse, en igualdad con los partidos, sobre la tragedia que tenía encima el movimiento comunista.

Habrá que esperar algunas décadas para que el PCI admitiera que aquello fue una tragedia: primero con una entrevista de Alessandro Natta a Ugo Baduel en L’Unità (octubre de 1986) y después con la participación de Piero Fassino en los funerales simbólicos de Imre Nagy en Paris. En todo caso, la Cgil sacó todas las consecuencias. Ante todo, rompiendo con los sindicatos del régimen húngaro y después –una vez constatado que la FSM era irreformable-- escogiendo el camino de la autonomía. Un camino que conducirá a la apertura de relaciones con los exponentes de la oposición en diversos países de la órbita soviética hasta el apoyo abierto que dio a Solidarnosc –un movimiento discutible y complejo-- antes del golpe de estado del general Jaruzelski.

Ahora bien, la ruptura con lo anterior que hizo la Cgil no fue un rayo en un día sereno. Aquello maduró tras un largo proceso de incubación, acompañado por una serie de nuevos acontecimientos: las luchas por el Piano del Lavoro; el programa de reformas que se elaboró con un vivo diálogo con sectores importantes de la cultura económica y social italiana; el gran y articulado movimiento de masas en el campo; las huelgas a rovescio ]-->[2] para conseguir la construcción de nuevas centrales eléctricas en el Sur; el relanzamiento de la acción reivindicativa contra las formas más odiosas de explotación y limitación de la libertad sindical en el Norte; la batalla para imponer una política de reconversión de la industria militar.. En resumidas cuentas: un enorme patrimonio programático y reivindicativo que reflejaba la autonomía (incluso cultural) de la Cgil a lo largo de los años cincuenta. Una tensión proyectual y una capacidad de lucha que objetivamente cuestionaban el monopolio de los partidos de izquierda, no sólo sobre política internacional sino también sobre la económica y en el gran tema de los derechos individuales.

Todavía pienso en la clarividencia de Di Vittorio cuando lanzo el gran objetivo del Estatuto de los derechos de los trabajadores. Pienso en el debate sobre el Piano Vanoni (que se concibió como respuesta al Piano del Lavoro): otro ataque del Pci al planteamiento crítico, pero constructivo de la Cgil –Amendola lo criticó fuertemente tanto en el Comité central del partido como en el Parlamento. La posición de di Vittorio fue siempre la búsqueda de un interlocutor, más allá de la lógica de una oposición subalterna. Lo mismo sucedió durante la discusión, dura pero dialogante, con Pietro Campilli, presidente de la Cassa per il Mezzogiorno. Por no hablar de las divergencias sobre el Piano Pieraccini que tenía como inspiradores a intelectuales de la altura de Giorgio Ruffolo: aquí los diputados comunistas y socialistas que eran miembros de la Cgil se abstuvieron, siendo contrario el voto del Pci. Mientras que, en 1970, quien se abstuvo fue el Pci en el debate sobre el Estatuto de los trabajadores: una ley que impulsaron Giacomo Bradolini y Gino Giugni, que sancionaba las conquistas del “otoño caliente”.

Ahora bien, ¿cuáles son las razones de fondo, políticas y culturales que están en la base de esta relación conflictiva entre la Cgil y el Pci, entre un gran líder sindical como Di Vittorio y un gran líder político como Togliatti, protagonista de la construcción de la democracia italiana y de la inclusión en su cauce de las clases trabajadoras? Pienso que un peso notable lo tuvieron seguramente las preocupaciones de naturaleza táctica, de ahí que toda presunta “desviación colaboracionista” de la Cgil era criticada porque hacía peligrar la idea de que sin el Pci no se podía gobernar Italia. Pero el motivo esencial tiene sus raíces en un bagaje, ideológico y teórico, que viene desde los albores del movimiento socialista. Se encuentra en el corpus doctrinal de la Segunda y Tercera Internacional, que establecía una natural y rígida división de las tareas del sindicato y del partido. Entre el sindicato (brazo del movimiento social) y el partido (vanguardia de los “cultos” que interpreta los verdaderos deseos de los trabajadores, incluso cuando éstos no tienen plena consciencia: la ruda razza pagana[3] que solamente sabe pedir más salario y se cisca en la organización del trabajo en la empresa, en la vida política e institucional.

Es verdad que en el VIII Congreso del Pci se eliminó la definición del sindicato como “correa de transmisión”. Pero no se abandonó el principio de la primacía del partido en la discusión con el sindicato, visto éste (en la mejor de las hipótesis) como aprendiz de la política, casi ontológicamente inadaptado para representar un interés general. Estoy hablando de un sindicato, la Cgil, que ha sido un caso único en Europa: una confederación de ramos y de Camere del Lavoro. Son estos los dogmas que han caracterizado siempre a los partidos como organizaciones auto referenciales y que, mediante la sedicente “delegación salarial” al sindicato, les han alejado de una investigación viva y profunda de los cambios de la sociedad civil, indispensable para toda estrategia política.

Di Vittorio tiene el mérito histórico de conseguir la ruptura de las liturgias del leninismo, también gracias a una aguda percepción de la complejidad del proceso social que impulsaba objetivamente al sindicalismo confederal hacia una dimensión política: reformas de estructura, libertades y derechos del trabajo, ampliación de la representación de los parados y subempleados... Así pues, son inaceptables las vulgatas que lo relegan al círculo de los cabecillas y de los tribunos de fascinante oratoria, ignorando su estatura, política y cultural, como gran reformador, afirmándose cuando el Pci estaba todavía lejos de percibir la experiencia catastrófica del “socialismo real”. Para una renovación democrática (verdaderamente democrática) de las fuerzas socialistas, es preciso combatir esta momificación de la figura de Di Vittorio, atesorando sus lecciones. Es preciso contrastar con firmeza todas las derivas culturales que se orientan a reproponer una separación conceptual entre lucha social y la sedicente “verdadera política”.

Esta separación ha tenido, y todavía tiene implicaciones relevantes, para la misma autonomía sindical, sobre la que ha pesado (dramáticamente en ocasiones) la jerarquía política y cultural que los partidos han acostumbrado a tener sobre la conducta del sindicato. Así lo testimonia una lectura atenta de los periódicos de izquierda en los últimos tres años, porque en ellos se evidencia una vistosa separación entre las luchas sociales y las del trabajo. Este es un dato que refleja una relación entre partidos y sociedad que minusvalora los específicos y cambiantes contenidos del conflicto social, y de las implicaciones que pueden tener en la configuración de la misma forma-partido.
Se refleja en la parábola de las viejas secciones de masa, estructuras separadas del resto de la organización del partido obrero con la tarea de seguir indistintamente la acción del sindicato, la cooperación y la pequeñísima empresa. Sin, por otra parte, olvidar que la pretensión de guiar políticamente (todavía “en última instancia”) las luchas sociales, prescindiendo de sus finalidades concretas, y al margen de la fuerza y forma de representación del sindicato. Lo que ha sido utilizado como un formidable pretexto por los movimientos extraparlamentarios y grupos extremistas para deslegitimar el sindicalismo confederal, intentando meterlo en el túnel de la disgregación corporativa y de la rebeldía social.

Se refleja, finalmente, sobre una paradoja, presente en la literatura sobre la historia del movimiento obrero italiano: mientras en los países anglosajones y en Francia –donde existe todavía una robusta tradición corporativa y una relación subordinada del sindicato con la política-- la literatura sobre el movimiento obrero no conoce, por lo general, una separación entre cultura expresa de los movimientos sociales y politología de las élites. Sin embargo, en Italia, en la Italia de las cooperativas y las Camere del Lavoro, esta escisión está marcada. Y, por otra parte, tenemos una literatura sobre la historia del movimiento sindical (sobre todo de la Cgil) de altísimo nivel, tenemos una historia de los partidos que ha adoptado parámetros y espectros de análisis muy diversos que fundamentalmente han descuidado el impacto de las luchas sociales (y de sus contenidos) sobre el sistema político y la vida de las instituciones; son dos historiografías que nunca se encuentran, y reflejan una cultura dividida.

En conclusión, es preciso reconsiderar la historia de la Cgil de Di Vittorio desde 1945 hasta el día de hoy bajo un doble punto de vista: el del esfuerzo por la reconstrucción –fatigosa y contrastada-- de un sindicalismo no corporativo, no subordinado a los partidos, pero capaz de dialogar con ellos, en razón de su autonomía política y cultural; y el del esfuerzo por la plena afirmación del valor de la unidad sindical, en la consciente del objetivo que el proceso unitario pudo tener para el desarrollo de la comunidad nacional y la defensa creativa de la Constitución republicana. Esto quiere decir volver a colocar a Giuseppe Di Vittorio en el puesto que le corresponde en la historia política y social de Italia.

(www.rassegna.it 12 ottobre 2006)

Traducción y Notas de José Luis López Bulla.

Parapanda, Febrero de 2007


1]Di Vittorio e l’ombra di Stalin. Roma, Ediesse, 1997.( N. del T.)

[2]El lector interesado en esta sutil forma de conflicto social puede consultar en el goggle la expresión “sciopero a rovescio”.

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[3]La “razza pagana” era el ideolecto que utilizaban los sindicalistas con relación a ciertos grupos de trabajadores que se mofaban del sindicalismo. y dinero en estas octavillas? Como explica el mismo Trentin era gente que no le importaba nada el sindicalismo, la democracia...






http://baticola.blogspot.com/2007/02/di-vittorio.html