Monday, April 23, 2007

3. ADRIANO GUERRA SOBRE DI VITTORIO

El 23 de octubre de 1956 en Budapest una manifestación en solidaridad con los trabajadores de Varsovia --donde el primer gobierno de Gomulka a pesar del veto soviético había sido elegido con el apoyo popular como primer dirigente del POUP-- se transforma rápidamente en una gran insurrección popular para imponer lel retorno de Imre Nagy y el fin del régimen de Rakosi (que había vuelto de la Unión Soviética) y de Gëro. Durante la noche se decide encargar a Nagy la formación de un nuevo gobierno y, mientras en las calles la revuelta –alimentada por la sanguinaria intervención policial-- no se aplaca, se decide pedir la intervención de las tropas soviéticas.

El 24 de octubre la insurrección se extiende, y en todo el país surgen decenas de “comités obreros revolucionarios”. Al día siguiente, mientras se forma el Gobierno Nagy, la policía dispara contra los manifestantes desde los tejados del Ministerio de Agricultura. Las víctimas son un centenar. Más tarde son 120 las víctimas de la represión policial. Más tarde son otras 120 víctimas de la represión policial en Mosonmagyarovar. Los consejos obreros revolucionarios exigen la retirada de los soviéticos y elecciones libres. Todo el mundo mira a Moscú donde el Presidium del PCUS –que el 24 ha enviado a Budapest a dos de sus miembros, Mikoyan y Suslov— se reúne con carácter permanente. ¿Qué decidirán los dirigentes soviéticos frente a una crisis y una revuelta que pone en discusión, con la nueva línea de febrero en torno al “Informe secreto” de Kruschef, aspectos importantes del cuadro mundial? ¿y qué harán en Occidente los gobiernos, las fuerzas políticas y los sindicatos?

En Roma, en la sede de la CGIL, el 27 de octubre de 1956, Di Vittorio está en su despacho. Fernando Santi, secretario socialista se encuentra fuera de Roma. Está Giacomo Brodolini, socialista, quien tiene el borrador de un documento de solidaridad con los trabajadores húngaros. Quizá –lo ha explicado otro socialista, Oreste Lizzadri, que con Piero Boni estaba presente, a Michele Pistillo, el biógrafo de Di Vittorio-- Brodolini pensaba que, en todo caso, el documento debía salir aunque sólo estuviera firmado por los miembros de la corriente socialista[1]. Con Ferdinando Santi ausente, el documento se presenta a Di Vittorio, quien lo hace suyo inmediatamente. «Quien vivió aquellos días, ha escrito Piero Boni-- puede testimoniar serenamente que el texto de la resolución fue el mismo que el de los socialistas (Brodolini), y que Di Vittorio no sólo no hizo objeciones sino que manifestó una adhesión convencida»[2]. El “borrador” de Brodolini se convirtió, así, en un documento de la Secretaría de la CGIL, el inicio de la última batalla de Giuseppe Di Vittorio.

El documento se articulaba en tres puntos. En las primeras líneas estaba la posición sobre “los luctuosos acontecimientos” húngaros, en los que se reconocía “la condena histórica y definitiva de los métodos antidemocráticos del gobierno y la dirección política que determinan la separación entre los dirigentes y las masas populares”. A continuación se tomaba nota del favorable desarrollo de la situación en Polonia, tras la llegada al poder de Gomulka, seguido de grandes apoyos populares, a pesar de la neta oposición soviética. Y, finalmente, a propósito de la primera intervención soviética en Hungría (el 24 de octubre) se afirmaba que la CGIL “fiel al principio de la no intervención de un Estado en los asuntos internos de otro Estado” deploraba que “se haya pedido, y así se ha verificado en Hungría, la intervención de tropas extranjeras”.

Cuando lo volvemos a leer hoy, podría parecer un documento moderado. Pero no es así. Hay que volver a aquellos tiempos y a aquel lenguaje. Estamos frente, no sólo a una declaración de solidaridad con los trabajadores húngaros sino a una crítica radical del sistema soviético. Nunca había ocurrido que la Cgil, que un comunista a la cabeza de la Cgil, tomando como motivo los “luctuosos acontecimientos”, se pronunciase con una “condena histórica y definitiva de los métodos antidemocráticos de gobierno y dirección”.

En lo referente a los otros puntos del documento, se recuerda que la URSS retiró las tropas de la primera intervención y –como resulta de los documentos que conocemos hoy (las famosas “notas de Malin” que comprenden los esteneogramas de las reuniones del vértice soviético[3]) – se toma la decisión de invadir la Hungría de Imre Nagy, después de complejas discusiones, el 31 de octubre. Sabemos que también el PCI tomó una posición crítica en las discusiones de la primera intervención. Así pues, no está aquí el contraste entre las posiciones del PCI y las de la CGIL sobre la crisis húngara. Un contraste que estalla en la reunión de la dirección comunista el 23 de octubre[4].

Por lo que se refiere, sin embargo, a Polonia se recuerda que las posiciones de Di Vittorio (y de la CGIL) y las de Togliatti se fueron diferenciando ya en junio en los días de las huelgas de Poznan que abrieron el camino a la crisis que se concluyó en octubre con el retorno al poder de Gomulka[5].

Di Vittorio, incluso reconociendo que entre los manifestantes podrían estar algunos provocadores, se puso decididamente de parte de los trabajadores en huelga. Togliatti respondió con un artículo donde ponía en el centro de la cuestión la “presencia del enemigo” y su polémica con el secretario de la CGIL se mantiene, incluso cuando los dirigentes polacos reconocen la justeza de las críticas de Di Vittorio: véanse los resúmenes de la reunión de la dirección del PCI del 30 de octubre.

Con lo que se ha dicho, permite precisar que la toma de posición de Di Vittorio ante la crisis húngara, y la posterior intervención militar soviética, que puso fin al intento de Nagy, no fue el dictado de un momento de indignación y rabia, ni un juicio “sentimental y sumario” como afirma Togliatti en su intervención en la reunión de la dirección comunista. Ni tampoco fue el fruto de la preocupación (aunque ello estuvo) en no alimentar pretextos que llevaran a la ruptura de las relaciones con los socialistas de la CGIL. Se recuerda que dos meses antes, en agosto, se celebró la reunión de Pralognan entre Nenni y Saragat, y que el 5 de octubre –es decir, sólo a pocas semanas-- el viejo e histórico “pacto de unidad de acción” entre el PCI y el PSI fue sustituido por un inocuo “pacto de consulta”.

Se ha dicho que el “no” del secretario de la CGIL es una lúcida visión de la realidad de la URSS; una visión que venía de lejos, y que Di Vittorio no había abandonado. No es verdad –como se continúa diciendo— que Di Vittorio renegara de lo dicho; continuó de acuerdo con la declaración y así lo expresó con un comunicado personal en días sucesivos[6]. Hay quien ha hablado de una “penosa autocrítica”. Quien, como Amendola, dice que Di Vittorio fue “solidario con Togliatti”: “También Di Vittorio, que aprobó un documento de la Cgil deplorando los hechos de Hungría, dijo Amendola, en el partido fue solidario con Togliatti y concretó su posición con una declaración»[7]. El acuerdo con el documento de Brodolini fue siempre, desde el principio hasta el final, pleno.

Si a continuación se leen los apuntes de la reunión de la dirección del PCI (30 de Octubre), la cosa se transforma rápidamente, como sabemos, en un proceso a Di Vittorio, y se puede observar que el dirigente sindical, para no agriar más el tono, se esfuerza en no agravar más la situación que se ha producido (“trabajaré junto a los compañeros contra todos los intentos de empeorar las cosas”[8], dijo, y más adelante se verán las razones de esta postura) reivindicando muy claramente la posición asumida por la Cgil, poniéndose al lado de los trabajadores húngaros, convertidos en los protagonistas de una insurrección que – precisó – debería verse como un “hecho histórico” y “sacar las correspondientes lecciones”[9]. Por lo demás, el mismo Togliatti afirmó, en sus conclusiones, que “la respuesta de Di Vittorio no ha sido satisfactoria”[10].

Vale la pena recordar, finalmente, que veinte años después, Gian Carlo Pajetta –que con Amendola tuvo un encontronazo con Di Vittorio, saliendo éste de la reunión con lágrimas en los ojos-- hablando con Michelle Pistilo (diciembre de 1976) explicó que “Di Vittorio expresaba sus profundas convicciones sobre la gestión del poder y la función de los sindicatos en los regímenes socialistas»[11]. En suma, Di Vittorio nunca se hizo la autocrítica sobre la cuestión húngara.

Para demostrar lo contrario se citan algunos fragmentos de su mitin en Livorno, el 4 de noviembre de 1956, justamente el mismo día que Budapest informa sobre la intervención militar soviética. En dicho discurso afirma –es verdad—que los miembros de la secretaria que son comunistas, incluido el mismo Di Vittorio, habían “aceptado la declaración de la secretaría de la CGIL, aunque en determinados puntos no se corresponden íntegramente con nuestras convicciones”. Y, además, que la adhesión de la corriente comunista al documento de la CGIL “no significa que nosotros hayamos atenuado el profundo afecto que sentimos por la URSS y nuestro gran reconocimiento por todo lo que ha hecho y hará (a pesar de los anteriores errores que han denunciado los mismos compañeros soviéticos) por la causa de la paz y el triunfo de los grandes ideales del socialismo”[12]. Pero se trata de afirmaciones que, por un lado, reflejan no las posiciones personales de Di Vittorio sino los contrastes y dudas sobre el documento del 27 de octubre, ya aprobado, durante la reunión de la corriente comunista; y, por otro lado, se pueden encontrar casi en los mismos términos de los escritos y discursos anteriores de Di Vittorio. Por ejemplo, en sus respuestas a quienes le atacaron en el transcurso de la reunión comunista. “No amo menos a la Unión Soviética que otros compañeros”, dijo en uno de sus intervenciones[13].

En lo que se refiere más específicamente a Hungría, en el mitin de Livorno afirma que “también los fascistas del viejo tirano Horthy, los antiguos industriales y latifundistas expropiados levantaron la bandera de la libertad, la independencia y el bienestar” para que “una vez pasado el viento masacrar a los adversarios con la idea de destruir las conquistas de la revolución: la nacionalización de la industria y la reforma agraria”. Ahora bien, debe recordarse que en el comunicado redactado por Brodolini había acentos parecidos sobre la presencia de fuerzas contrarrevolucionarias, añadiendo que se deseaba que la nación húngara pudiera encontrar por fin “en una renovada concordia la fuerza para superar la dramática crisis actual, aislando así los elementos reaccionarios que se habían infiltrado en esa crisis con el propósito de restablecer un régimen de explotación y opresión”.

Todavía hay que añadir que –no a título personal, sino en su calidad de secretario de la CGIL-- Di Vittorio (mientras venían de Budapest noticias no suficientemente controladas, pero no por ello infundadas sobre las masacres de los comunistas) envió al presidente del gobierno, Nagy, un mensaje exigiendo “el cese inmediato de las masacres y venganzas en neto respeto a los valores de la libertad y legalidad que reclamaban los movimientos insurreccionales”[14]. En definitiva, no se puede olvidar el clima de aquellos días: las tensiones que vivían no sólo los comunistas sino también los socialistas en aquellas horas.

Siguiendo con el mitin de Livorno, Di Vittorio precisó que deberían sacarse dos enseñanzas. La primera: “No dejarse engañar por el enemigo”, “no permitir la disgregación de las organizaciones y mantenerse unidos”. La segunda: trabajar por una “profunda democratización de los poderes populares y de todas las organizaciones proletarias y democráticas para evitar la burocratización y tan profunda separación entre los dirigentes y la base”. Es evidente que las palabras de Livorno reflejan –más allá de lo sucedido en los días anteriores en la dirección del PCI-- las dramáticas noticias que en aquellas mismas horas venían de Hungría. Sin embargo, no se trata de una autocrítica. En otro ámbito diferente se ha situado el “problema Di Vittorio”: en que, tras haber asumido una posición crítica sobre Hungría, contrapuesta a la del PCI, el secretario del sindicato no presentó batalla. Es decir, Di Vittorio no hizo nada para que el partido asumiera los planteamientos de la Cgil, aprovechando el “proceso” que montó Togliatti contra él. Aquí está la amargura de los que, como Giolitti, pensaron en Di Vittorio como el “Gomulka italiano”. “Nunca me hubiera contrapuesto a Togliatti –dijo en la reunión de la dirección comunista-- es una cosa tan absurda que nunca hubiera pensado»[15]. Así es Di Vittorio. Ahí está, si lo queremos así, los límites de su batalla: en su relación con el partido.

Esto puede parecer, ciertamente, de difícil comprensión, en nuestros días, cuando hemos descubierto o casi descubierto los valores de la laicidad y también de la desideologización de la política. Sin embargo, para Di Vittorio –para el jornalero de la Puglia, para el militante del “sindicalismo revolucionario”, que se ha convertido en un cuadro de la Internacional Comunista-- el camino hacia la laicidad de la política no pasaba por ahí: por poner en cuestión la unidad y la relación con el partido. Lo que no significaba para Di Vittorio callar. Eso tampoco.

Hay que recordar el episodio de 1939 porque ayuda a recordar a través de qué vías llega al “juicio total y definitivo” sobre el socialismo soviético en 1956. En 1939 Di Vittorio se posicionó claramente contra el Pacto Molotov - Ribbentrop[16]. Recoge la invitación que Nenni había dirigido a los comunistas italianos para que se separasen de Moscú, de la misma forma que ellos lo habían hecho, decía Nenni, “de determinados aspectos de los partidos hermanos y de los gobiernos socialistas»[17].

La ruptura política era importante, pero Di Vittorio –solo, aislado y posteriormente encarcelado por la policía francesa-- no pensó nunca abandonar el partido. En la Prisión de la Santé se encontró con dos detenidos, Guido Miglioli y Bruno Buozzi. Habló con ellos –como explicó en 1954[18] – no solamente de la unidad sindical, sino incluso “de la unidad de acción entre los dos partidos, el comunista y el socialista”. El “caso Di Vittorio” se resolvió sin rupturas, igual que se resolvieron los “casos” análogos: los de Terracini y Camilla Ravera que, en Ventotene, estuvieron en contra del “pacto”. Tampoco, con relación a ello, hubo jamás autocrítica alguna.

Togliatti conocía perfectamente todo esto. Conocía al hombre. ¿Por qué entonces su posición frontal a Di Vittorio y al comunicado de la secretaría de la CGIL? ¿Por qué aquel 30 de octubre miraba con temor a Di Vittorio? Para tener una respuesta es necesario hacer referencia a otro documento de gran importancia en aquellos días: el mensaje enviado por Togliatti el mismo día 30 de octubre, mientras se celebraba la reunión de la dirección del PCI a Kruschef: “Los grupos que acusan a la dirección de nuestro partido de no haber tomado posición en defensa de la insurrección de Budapest –y que afirman que dicha insurrección debe defenderse porque está motivada justamente” –se lee “... exigen que toda la dirección sea sustituida y piensan que Di Vittorio podría ser el nuevo líder del partido»[19]. «Estos se basan –se añade en la carta-- en una declaración de Di Vittorio que no se corresponde con la línea del partido y que nosotros no hemos aprobado»[20]. ¿Se trata de una preocupación totalmente absurda por parte de Togliatti? Si lo miramos con los ojos de hoy diremos que sí.

Los dirigentes del PCI, en sus memorias, están todos de acuerdo en afirmar que no se podía proponer una línea distinta a la que sostenía Togliatti. La base –esta era una opinión común-- no habría aceptado una ruptura con la URSS. No obstante, se recuerda que aquellos días estaban llenos de incertidumbre.

El grupo dirigente soviético estaba fuertemente dividido, en los límites de una clamorosa ruptura. Por una parte –véanse las “notas de Malin” ya señaladas[21] – había presiones favorables a la intervención. Kaganovich: “Estamos ante una abierta contrarrevolución, hay que actuar con dureza”; Vorosilov: “Hay que reprimir con decisión”. Por otra parte, el mismo 30 de octubre, se publica la “Declaración del gobierno soviético” que contiene una firme autocrítica sobre la política que se ha llevado con los países aliados y la decisión de retirar las tropas de Hungría. Todo esto mientras Mikoyan y Suslov se encuentran en Budapest y negocian con Nagy alcanzando importantes acuerdos y, mientras, Kruschef examinaba la hipótesis de la “finlandización” de Hungría. Todo ello era conocido por Togliatti, que sabía que estaba en marcha una operación internacional contra Kruschef, a la que se había adherido el Partido comunista francés: Thorez había intentado infructuosamente un acuerdo con Togliatti durante una reunión en Roma el día de Navidad[22].

Añádase otro elemento, ya señalado, pero que no debe olvidarse: Gomulka había ganado en Polonia a pesar del desesperado intento de los soviéticos de impedirle su triunfo. Y con Gomulka, los comunistas polacos le habían dado la razón a Di Vittorio cuando el enfrentamiento con el PCUS y con Togliatti, declarándose a favor de los huelguistas de Poznan. Las preocupaciones de Togliatti nacían de estos interrogantes que podemos definir justamente como angustiosos.

Nos encontramos ante un nudo –tal vez el nudo decisivo-- de aquella situación, no sólo de la del PCI. Esto es, las razones que llevaron a Kruschef a escoger la vía de la intervención militar contra la Hungría de Imre Nagy. Y Togliatti a apoyar aquella calamitosa decisión, actuando para que triunfara. Lo que temía Togliatti no era evidentemente que Di Vittorio se presentase como el “Gomulka italiano” y presentara batalla. Togliatti sabia que el secretario de la CGIL seguiría opinando igual sobre Polonia y Hungría, pero nunca haría nada para romper con el partido. Lo que Togliatti temía –se deduce de todas sus intervenciones-- era que la cosa tuviera en Hungría la misma salida que en Polonia con la victoria de Gomulka y con la ruptura del grupo dirigente soviético y del movimiento comunista mundial.

Estos eran los interrogantes que pesaron en aquella reunión de la dirección del PCI y empujaron a Togliatti a hacer una distinción entre quienes veían en la crisis húngara un resultado negativo del XX Congreso (“Posición falsa que arroja al mar todo lo que se ha hecho de nuevo y lo que se está haciendo”) y los que piensan que “la revuelta húngara ha sido democrática y socialista”, debiendo ser apoyada desde el principio”[23]. “Quienes apoyan la primera posición –esta es la conclusión de Togliatti-- no se salen de la disciplina de partido”. Deben ser apoyados tanto en Roma como en Moscú. Los que se solidarizan con los revoltosos húngaros violan la disciplina de partido. Y –más todavía-- fuerza a Togliatti en su mensaje a Kruschef no sólo a recordar que el PCI había definido desde el primer momento la revuelta húngara como “contrarrevolucionaria” sino --haciendo suyas las tesis de los que en Moscú estaban por acabar con la revuelta-- apoyando que “el gobierno húngaro, estuviese o no Imre Nagy, se habría orientado hacia una dirección reaccionaria”.

No todo estaba claro, en definitiva, en octubre de 1956; diversos y enfrentados fueron los factores que, bloqueando junto a la revolución democrática húngara lo que se abrió con el XX Congreso, condujeron a tomar tan grave decisión.

Volviendo a Di Vittorio: lo que es cierto es que, en todo caso, llamado expresamente a ponerse a la cabeza del movimiento de protesta que afectó al PCI, rechazó la invitación. Sin renegar nunca lo que dijo sobre Poznan y Hungría.

Lo prueba su intervención en el VIII Congreso del PCI en enero de 1957. Allí, junto a las razones que le llevaron no sólo a no romper con el partido y alinearse con Togliatti sobre la recuperada “vía nacional al socialismo, responde de manera puntual y precisa sobre los temas de la crisis de Polonia y Hungría. Particularmente sorprende su clara referencia al artículo de Togliatti, “La presenza del nemico”, sobre las huelgas de Polonia.

“Si fuese justo el análisis en el que insisten algunos compañeros, especialmente en el exterior, según el cual todo o casi todo depende de la acción de los provocadores fascistas e imperialistas, la única consecuencia lógica sería reforzar los servicios de la policía. Lo que dejaría sin solución los grandes problemas políticos y sociales que han sido generados por los métodos equivocados de dirección política... Cierto, siempre está presente y activa la provocación del enemigo que cuenta con grandes medios... Pero estos agentes del enemigo no estarían en condiciones de conseguir resultados apreciables y serían fácilmente aislados si no pudiesen operar sobre la base de un profundo descontento de las masas, tanto más peligroso como más comprometido con medidas de tipo coercitivo»[24].

Es verdad que en su intervención en el Congreso del PCI, Di Vittorio polemizó explícitamente con Giolitti y con quienes abandonaron o estaban en puertas de irse del partido. Pero se equivocarían si no vieran algo más: a no ver que su batalla continuaba hasta el final.

No es casualidad que Roger Garaudy, en nombre del Partido comunista francés, en un artículo famoso, avanzara duras críticas a la línea de los comunistas italianos, centrara su ataque en Giolitti y Di Vittorio. Al dirigente sindical le reprochó haber sostenido que “la unidad sindical exige la plena independencia no sólo de la patronal y de los gobiernos, sino también de los partidos.”

La última batalla de Di Vittorio fue derrotar la idea de que el sindicato sólo podía ser “la correa de transmisión del partido”; y con Di Vittorio estuvieron, debemos recodarlo, los socialistas que, a partir de Fernando Santi impidieron que cuajara el nacimiento de un sindicato socialista. Así pues, lo que merece ser recordado es que la última batalla de Di Vittorio surge como reflexión de la tragedia húngara. El famoso mitin de Livorno que con ligereza se ha considerado el inicio de la retirada de nuestro hombre es el punto de partida de un discurso nuevo sobre el tema de la unidad sindical, ya que señala claramente los peligros nacían de la permanencia de corrientes de partido en el interior de la CGIL --aunque ellas fueran la base de la refundación del sisndicato tras la Liberazione-- cuando se iban diluyendo las relaciones entre los partidos.

Cierto, ahora estamos en un nuevo siglo. No hace falta decir lo que ha cambiado desde aquellos tiempos. Creo que lo que dijo y puso en marcha Di Vittorio sobre la unidad de los trabajadores y los sindicatos le hace ser un precursor. Entre los que, en el 56 –como ahora se dice-- tuvieron razón, los gobiernos y los partidos de gobierno, Nenni, el partido socialista, los disidentes comunistas, eran gentes que como Di Vittorio condujeron la batalla bajo la doble señal, a veces de manera contradictoria, tal vez de manera inadecuada y perdedora, pero dramáticamente necesaria, de la búsqueda y la defensa de la verdad y, paralelamente, de la unidad. Recordémoslo, mientras se busca en el pasado, con dificultad, a los posibles “padres fundadores” de nuevas políticas.



[1] Michele Pistillo, Giuseppe Di Vittorio 1944-1957, Roma, Editori Riu-niti, 1977, p. 330.

[2] Piero Boni, Il bracciante dell’unità, in Giuseppe Di Vittorio. Le ragioni del sindacato nella costruzione della democrazia, Roma, Ediesse, 1993, pp. 58-76.

[3] Mark Kramer, The «Malin Notes» on the Crises in Hungary and Poland, 1956. Traslated and Annotaded by Mark Kramer, in «Col War International History Project Bullettin», nn. 8-9, 1997, pp. 386-410.

[4] Maria Luisa Righi (a cura di), Quel terribile 1956. I verbali della Direzione comunista fra il XX Congresso del Pcus e l’VIII Congresso del Pci. Introduzione di Renzo Martinelli, Roma, Editori Riuniti, 1996, pp. 217-240.

[5] Adriano Guerra, Bruno Trentin, Di Vittorio e l’ombra di Stalin. L’Ungheria, il Pci e l’autonomia del sindacato, Roma, Ediesse, 1997, pp. 41-56.

[6] «Avanti!», 28 ottobre 1956.

[7] Giorgio Amendola, Il rinnovamento del Pci, Intervista di Renato Nicolai, Editori Riuniti, 1978, p. 135.

[8] Maria Luisa Righi (a cura di), op. cit., p. 224.

[9] Maria Luisa Righi (a cura di), op. cit., p. 223.

[10] Ivi, p. 239.

[11] Michele Pistillo, op. cit., p. 333.

[12] «L’Unità», 5 novembre 1956.

[13] Maria Luisa Righi (a cura di), op. cit., p. 238.

[14] Michele Pistillo, op. cit., p. 335.

[15] Maria Luisa Righi (a cura di), op. cit., p. 238.

[16] Adriano Guerra, Bruno Trentin, op. cit., pp. 87 e sgg.

[17] «Il Nuovo Avanti!», 31 agosto 1939.

[18] «L’Unità», 4 aprile 1954.

[19] Adriano Guerra, Comunismi e comunisti, Dalle «svolte» di Togliatti e Stalin del 1944 al crollo del comunismo democratico, Bari, Dedalo, 2005, pp. 190-191.

[20] Ivi.

[21] Si veda nota 3.

[22] Adriano Guerra, Comunismi e…, cit., p. 203.

[23] Maria Luisa Righi (a cura di), op. cit., pp. 219-220.

[24] VIII Congresso del Pci. Atti e Risoluzioni, Roma, Editori Riuniti, 1956, p. 432 e sgg.